Poses pacíficas, trajes tradicionales, entornos idílicos y delicadas coloraciones a mano hicieron parte de esta producción.
En las décadas de 1850 y 1860 Japón fue gradualmente aminorando las restricciones al comercio exterior y los visitantes de los cuales se había aislado durante siglos.
Así, los viajeros y las tecnologías occidentales que traían consigo comenzaron a fluir por todo el país a través de un puñado de puertos, donde los fotógrafos como Felice Beato abrieron sus estudios. El arte de la luz encontró eventualmente un lugar entre templos milenarios.
Suzuki Shin’ichi fue uno de los primeros japoneses en ocuparse del comercio fotográfico. Discípulo del fotógrafo Shimooka Renjō, fue encargado por el editor escocés a J.R. Black para crear una serie de fotos para El Extremo Oriente, una revista que abastecía a los expatriados que habitaban al floreciente puerto de Yokohama.
Conociendo el gusto del público por las imágenes exóticas e intemporales de la cultura japonesa, Suzuki produjo una serie centrada en la vida rural y sus ocupaciones. Poses pacíficas, trajes tradicionales, entornos idílicos y delicadas coloraciones a mano hicieron parte de esta producción que hoy, dos siglos después, sigue apelando a nuestra curiosa animosidad por el imperio.