No habrá censura
Constitución Política de Colombia, 1991
Sucede que como muchos de los apartados de nuestra Norma de Normas, el que encabeza este texto tampoco se cumple en su totalidad. Pasa porque los medios –y se ha repetido hasta el cansancio– en muchos casos sirven a intereses particulares, o porque a veces la censura no la ejerce precisamente el aparato gubernamental, sino un ente un poco más heterogéneo, que es el que nos aboca. Recuerdo ahora el Estatuto de Moralidad Verbal por el que fue amonestado John Spartan en la película Demolition Man (1993), una suerte de western distópico donde estaba prohibido utilizar palabras altisonantes y la única música permitida eran los jingles de productos de antaño. ¿Será esto último otra de las acertadas predicciones de la película? Pongan check en el distanciamiento social y las reuniones virtuales –entre algunos otros finísimos detalles que, les aseguro, ameritan verla de nuevo–. Lo cierto es que, a falta de un régimen que censure, nos tenemos a nosotros mismos, quienes mantenemos y perpetuamos los cánones de la moral, atizados por parámetros religiosos o culturales que no me interesa analizar acá. Vamos pues, a lo que vinimos.
El ejemplo más claro y conocido de la censura musical en Colombia bien podría ser El Barcino (1968), del celebérrimo Jorge Villamil, que en su segunda estrofa rezaba originalmente Con Tirofijo cruzó senderos, y luego de forma inadvertida «mutó» a Con Villamil cruzó senderos. Sin embargo, es importante establecer que Tirofijo no fue el único actor del conflicto suprimido de esta gran pieza de memoria histórica. La cuarta estrofa pasó de Lo descubrieron los militares / Y arriado al ruedo para el San Pedro, a un triste Lo descubrieron los caporales / Y arriado al ruedo para el San Pedro. ¿Quién censuró a Villamil? Él mismo, en complicidad tal vez con algunos intérpretes de sus canciones, quienes sucumbieron a la presión de las esferas que consideraron indigna una mención al conflicto armado en una pieza musical que, quién sabe, a lo mejor amenizaba las tertulias y cotilleos de las élites que hasta ese momento desconocían quiénes eran los montaraces que decidieron levantarse en armas contra el gobierno.
La Polaca, composición de Silvio Durango (Cereté, Córdoba). Este tema es en realidad una canción de amor como muchas que proliferan en el género vallenato, solo que con una estrofa final un tanto polémica. Apareció grabada por primera vez en el álbum Río Seco de Los Hermanos Zuleta (1974). He aquí el fragmento de la discordia:
Tu nombre es Policarpa
La mujer guerrillera
Que murió por la Patria
Envuelta en la bandera
Desde luego, la propia mención a Policarpa Salavarrieta no es en sí algo reprochable. Por el contrario, exaltar próceres en canciones constituye un deleite para los devotos del patriotismo (bueno, últimamente a Bolívar no tanto). El problema radica en denominar a una mujer como la Pola como guerrillera, un rótulo que en Colombia se suponía exclusivo de las organizaciones subversivas del siglo XX. ¿Era el Ejército Patriota una guerrilla? Era un ejército revolucionario, sin duda, opuesto al aparato hegemónico del momento, por supuesto. Así que… se comprende por qué Miguel Morales, cuando grabó su propia versión de La Polaca (2000) «excluyó» aquella última estrofa.
Máximo Jiménez «el indio sinuano», en su paseo Confesión de un terrateniente (1978), nos deja estos versos, los cuales solo puedo definir de una forma: proféticos.
Para defender tradición y propiedad
redacté las leyes para que todos respeten
y en el capitolio que le llaman nacional
tengo un muñequito que puse de presidente.
En las cordilleras hay un poco ‘e guerrilleros
digo que es un poco para darme más confianza
de que allá lo apoya toda la gente del cerro
Y que más que un poco es un sol que se agiganta.
Sea válido recordar acá que esta canción de Máximo Jiménez no fue censurada, sino toda su obra. A Máximo se le desterró de la historia por incurrir en el descontento de las clases dirigentes y de los terratenientes a quienes tanto reconvino con sus canciones que clamaban por justicia social. Es hasta hace pocos años que la música de «el indio sinuano» ha logrado un poco de visibilidad, que aún está muy lejos de ser la que merece.
Para finalizar, el curioso caso de Ximena de Colombia, quien hizo un cover de The Hostage de Donna Summer (1975), canción que narra el secuestro de un niño. Secuestro (1978), la versión de María Eugenia Murgas –su verdadero nombre–, generó una enorme controversia debido al auge que tomaba el secuestro por la época. El Ministerio de Comunicaciones vetó la canción en radio y televisión, e incluso se llegó a hablar de apología al delito. Si bien el asunto no escaló a estancias mayores, poco después María Eugenia decidió retirarse tempranamente de su carrera musical.
Por supuesto, tienen un lugar especial en estas reflexiones todas aquellas bandas e intérpretes de géneros variopintos que han contribuido a la denuncia social –y que he omitido por desconocimiento–, con temas que de una u otra forma hacen parte de ese corpus difuso, estigmatizado y mal llamado canción social.
Desde El Barcino de Jorge Villamil hasta la exclusión de Paul Gillman del Rock Al Parque de 2017. La Constitución no cree en censura pero que la hay, la hay.