“Cada lágrima enseña a los mortales una verdad.”
*Plutarco
Hay pocas certezas y algunas son inevitables: la muerte por ejemplo. Tenemos la plena certeza de que un día nuestro corazón dejará de latir, nuestros cuerpos dejarán de funcionar y eventualmente se pudrirán hasta desaparecer pero ¿es la muerte en verdad algo a lo que tememos? Puede que en cambio lo que nos lleva a sentir ese temor indescriptible pero natural es el sufrimiento y por una buena razón.
No tememos a la muerte, tememos al sufrimiento que creemos viene con ella. La imposibilidad para determinar cuándo o cómo sucederá nos lleva a otra verdad inherente a la vida y es que no podemos controlar lo que vivimos. Esas incertidumbres pueden generarnos angustia, en algunos casos ansiedad exagerada.
Lo contradictorio aquí es que el sufrimiento, ese estado de malestar, de dolor emocional o físico, es en realidad una herramienta potente. Sufrimos porque la evolución entendió que el dolor nos ayuda a alejarnos de lo que nos hace daño. El sufrimiento es más una prevención para no morir que la causa de ello y sin embargo, nuestra cabeza en ese hilar infinito de ideas nos ha llevado a creer que es muchas veces preferible morir a seguir sufriendo.
El dolor es ante todo una señal de estar vivos. Nos duele porque sentimos, nuestro cuerpo y mente experimentan sensaciones desagradables y se nos hacen manifiestas. Y entonces, ¿por qué puede resultar insoportable? Tal vez porque hemos desarrollado esta división entre lo que queremos y necesitamos, entendemos lo primero como la voluntad de ser y esa voluntad, expresada como libertad de acción, nos genera felicidad pero si lo que hacemos va en contra vía de nuestras necesidades, de lo que realmente nos hace permanecer vivos entramos en conflicto.
La adicción a alguna droga; alcohol, cigarrillo, amor, sexo, surge en primer lugar de la voluntad y el querer para luego convertirse en un condicionamiento, la adicción es ser esclavo del querer, no poder dejar de lado algo que disfrutamos pero que con el tiempo pierde sentido, el placer disminuye pero no podemos salir de allí. El sufrimiento se revela entonces como una condición de supervivencia, sufro por lo que antes me daba placer o por su ausencia total, sufro porque no encuentro manera de volver a ese estado de satisfacción inicial. Sufro porque mi cuerpo y mente me avisan que es necesario suprimir ese querer en aras de lo que necesito. Encontrar mi bienestar.
¿Por qué sufrimos? Para aprender, para evitar mayor daño, para moldear lo que somos como escultor y escultura y así comprender que la única verdad más grande que la muerte es que tenemos la voluntad de estar vivos.