I
Uno ama sin saber si es correspondido,
si las cosas acabarán pronto o serán eternas.
Si esa eternidad será feliz o triste.
Uno ama con la única certeza de que se entrega
un corazón susceptible de romperse.
Uno ama sin razón, sin, tal vez, entendimiento
del presente o certeza del futuro.
Uno ama con la vida, la que tiene, la que tuvo.
Uno ama sin saber la vida que tendrá y aún así,
en ese entramado de porqués, amar es un sustento,
es una casa, un lucero.
II
Lo que mata es el anhelo, de que el otro que ahora es un desierto,
encuentre un camino, un regreso. Lo que mata es
contemplarse solo en el recuerdo, construido,
pintado a dos manos, y verse ahora ridículo, abandonado.
Pero lo que muere es el deseo, lo que muere es un
simulacro de lo que éramos.
No morimos, muere el deseo y muere él solo, todos los días.
Nosotros vivimos, muertos un poco, pero vivimos.
III
En la soledad de tu cielo,
en la eterna luminiscencia de tu sol,
en la cadencia de tu mar,
en la fosforescencia de tu viento,
en la pasividad de tu prado,
en la quietud de tu bosque,
en la palabra que es tu nombre está mi amor.
IV
La lengua que entrelazados creamos para los dos.
Esa lengua que en fuego sentía la salvia en tu interior.
Dicha lengua que mística jugaba a crear futuros,
monumentos. Tu lengua que en silencio regalaba amor amor.
Mi lengua que entre tiempos acariciaba tu sudor.
Esa lengua, dicha lengua, mía, tuya, de los dos.
V
Entender no es lo difícil. Lo difícil es asumir lo que se ha entendido.
Ver las verdades que han estado allí siempre pero que el corazón,
ensimismado, cautivo del encanto, ha querido borrar.
Entender no es lo difícil, es hallarse en el siguiente paso.
Darle espacio a todo lo demás, a lo incierto.
Entender no es lo difícil.
Es saber que detrás de ese escenario,
de esa mentira asumida,
no hay jardín, solo un desierto.